Sandra, Barbara, Gracia, Belén y Ana
“Porque la vida es sueño, y los sueños, sueños son” La ex patinadora británica Jayne Soliman Campbell, de 41 años, dejó ver que nuestros sueños pueden atravesar cualquier frontera, incluso las aparentemente imposibles.
Soliman, cuya carrera acumulaba numerosos triunfos –entre ellos campeona de patinaje artístico de su país en categoría profesional en 1989 y séptima en el campeonato del mundo de esta categoría el mismo año –, no podía imaginar que un tumor se había ido desarrollando de forma silenciosa en su cerebro hasta afectar a los principales vasos sanguíneos. Ella sólo sentía cierto dolor en la cabeza. En su 25 semana de gestación, Jayne Soliman sufrió las nefastas consecuencias del tumor. Estando en el club de hielo Bracknell, donde trabajaba como profesora de patinaje, una hemorragia cerebral acabó con su vida, pese al esfuerzo en salvarla.

Los médicos del Royal Berkshire Hospital, con el fin de no perder más vidas, le dijeron al marido, el musulmán Mahmoud Soliman, que creían poder salvar a la niña si conseguían que el corazón de su esposa siguiera latiendo.
Conectado a un respirador, alimentado por vía intravenosa y suministrando dosis masivas de esteroides para fomentar el desarrollo del feto, el cuerpo de Jayne fue mantenido con vida durante 48 horas vitales para que el bebé, de apenas 950 gramos de peso, pudiese desarrollar los pulmones antes de ser extraído mediante una cesárea. Así, la ex patinadora se convirtió en la incubadora humana de su propio bebé.
Mahmoud pudo por primera vez coger y besar a su hija, aún en cuidados intensivos, después de ver morir a su mujer. “No sé qué sentir. He perdido al amor de mi vida y ella me ha dado el mejor regalo del mundo”, decía tras tener a la pequeña en sus manos. "El verdadero deseo de mi mujer era ser madre, y habría sido una gran madre”.
"Puedo recordar la primera ecografía. Nos abrazamos y comenzó a gritar de alegría cuando vimos el latido del corazón del pequeño grano que era mi hija”."Esperábamos con ansia este bebé." El Sr. Soliman lloró al recordar las últimas horas de su esposa.

Aunque el nombre pensado para la niña era otro, Mahmoud la llamó “Aya” –que significa milagro –, el mismo que había adoptado su esposa al convertirse al islamismo, la religión de su marido.
La vida y la muerte no son juegos, no se gana o se pierde. Cuando los médicos del Royal Berkshire Hospital no pudieron hacer más por Jayne Soliman, no se rindieron. Se arriesgaron y consiguieron salvar a Aya. Éste es el milagro de la medicina, éste es su propósito: salvar. Salvar vidas, sueños, ilusiones… Aunque no siempre se consiga, cada día estamos un paso más cerca y el sueño Jayne Soliman es muestra de ello.
Esto es un verdadero milagro porque parece mentira que la madre despues de muerta le sirviera a Aya de incubadora humana y, gracia a esto le salvo la vida.
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